Un estado desarrollista (Rusia, Japón o Alemania) crea con los medios de producción industrial un sentido de pertenencia ilusoria llamada Estado, que secuestra el alma de la comunidad real por una idea general de progreso y justicia, en la que debemos creer, pertenecer y participar como “iguales”.
Un estado liberal (Estados Unidos,
Inglaterra o Francia) deja a los privados explotar con los medios de producción
industrial, creando una lucha de clases, que siendo más honesta y cruda,
igualmente empobrece y humilla el alma de un territorio, con la contradicción
de pertenecer a intereses privados, a los cuales se debe obediencia, sin que
sea necesario creerles, por lo que se cree en uno mismo y todo ese abanico de
posibilidades que resulta en la libre “diversidad”.
Ahora: un estado social mercantilista (no
industrial), sin la capacidad de generar solida igualdad real o industria
cultural libre, nos convence en creer, que la mejor ecuación, es vendernos al
mundo por igual, abierto a todos los tratados de libre comercio posibles.
Ecuación claro, que blinda a una elite y expone a un pueblo.
De los estados liberales, Francia, como
pueblo más mediterráneo de puestas en escena para espectáculo dirigido, ha
construido una idea teatral de igualdad para esconder su proyecto colonialista.
Esta hipocresía se sostiene sin embargo, porque Francia, al igual que todos los
países del primer mundo, endosan su pobreza al tercer mundo, por medio de sus
sucursales: capitales tercermundistas que podríamos llamar del segundo mundo u orden.
Tal como París fue la ciudad o artificio de
las luces para un rico territorio rural, Santiago de Chile ha cumplido un papel
similar para su territorio. Caldo de cultivo de siutiquería burguesa, donde una
pequeña burguesía "prolifera" en una prole (valga la redundancia).
Y veras como quieren en Chile, al amigo
cuando es forastero.
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