A propósito de
una respuesta al comentario de Carlos Peña por la destitución del ministro de educación
en Chile:
No hay que
ser tan alarmista. Pregunto: ¿“Se trizó la hegemonía de la derecha” o
simplemente se generó una válvula de escape focalizando y resolviendo para bien
o mal un aspecto muy puntual de la educación?
Un marco
jurídico (Constitución del 80) implementó un modelo económico (El Ladrillo),
que fue una estructura política diseñada con anticuerpos al movimiento social e
intelectual ahora “desatado” según dice. Esta hegemonía está armada hasta los
dientes. Por ejemplo el sistema binominal es la punta del ice-berg, después
viene los quórums, etc…
Ahora, si
hablamos de cultura, podríamos preguntarnos si ese puñado de intelectuales (que a veces se
cuentan con una mano), en el momento de “dominar el discurso público” por medio
del diseño de un modelo que “plantea los problemas”, están:
¿Solucionando
o distorsionando las convicciones y creencias que orientan el quehacer del
pueblo como encarnación de la cultura?
Si creemos
que pueden “fijar lo que estiman posible y correcto” aceptamos entonces por
ejemplo que nos digan que cambiar el sistema de salud y las Isapres es algo
populista e imposible de hacer. En esta misma lógica la cultura es
entonces un capricho azaroso que debe ser regulado por un “criterio
racional”, que cae del cielo como verdad en el cual la sociedad debe descansar
creyente y convencida. El paradigma científico moderno y capitalismo asociado
nunca pudo refutar la cultura como variable de su ecuación perfecta de progreso
utópico, pero sí políticamente la rechazó, lo cual es en sí bastante
arbitrario, ¿no cree?
Su visión de
lo que llama “espontáneo” es desde mi parecer muy sui-generis. La instalación
forzada de un proyecto político, con el tiempo programa a la ciudadanía y así
cuenta con un “criterio” que les determina de manera subyacente una libertad
aparentemente espontanea, respecto a qué es correcto y qué no, qué cosa es
absurda y cuál sensata, qué es posible y qué, en cambio, debe ser rechazado por
imposible. Esta en lo cierto, la literatura de Gramsci o Bakunin llama a eso
hegemonía.
El problema
es que al reducir fenómenos sociales a un marco especifico que permite tomar
decisiones, incentiva a pocos que le colocan precio al resto. Como fue la
economía neoclásica para burgueses mercantilistas instalada por Portales.
Pregunto: ¿El éxito alcanzado fue tal que llegó a naturalizarse, a aparecer
como una simple descripción de la índole misma de la realidad o ese fenómeno
fue en paralelo alimentado políticamente como lo correcto? La elite de intelectuales, expertos en
alinear la cultura y sacarle trote desde entonces, ha hecho los ajustes para
que la cultura del trabajo funcione como la estructura social hegemónica, que
glorificará a dios por medio del trabajo. Si somos los ingleses de América,
creamos convencidos entonces que la ética protestante nos acercará al espíritu
del capitalismo. (Weber)
Nada ha
trizado ni lo más mínimo este trazado. No estamos ni cerca de un acontecimiento
que irrumpa o altere el modelo, y el guion se repite subyacentemente una y otra
vez, cambiando de sabor y forma, con variaciones e imprevistos programados de
novedad descafeinada. Los conceptos dominantes siguen intocables en el subsuelo
pero la cultura de las elites debe mostrarse perturbada y exhibir “lagrimas de
cocodrilo” para que la "vida social" perciba algún tipo de efecto y evolución en la
solución de los problemas. ¿Estar en guerra como dice Carlos Larrain? ¿Tomar
distancia censurando? Todo esto es parte de la holgura programada que permite
al espectáculo neo-liberal seguir funcionando perfectamente.
El alineamiento
cultural focalizado a un rol específico, es la apuesta de cualquier progreso,
pero esto acontece esporádicamente cuando la cultura como fenómeno está bajo
apremio. El problema es que el capitalismo global plantea que el mundo siempre
está bajo apremio.
Un punto de
vista alternativo exigiría la transparencia de los posibles campos de acción,
sino simplemente seríamos inducidos a deducir, que el mejor modelo es el que
existe, cual circulo vicioso de conclusiones.
De este modo “el fervor de la calle” como dice, evidentemente no podrá
reemplazar este modelo infranqueable. Pero no contar con una solución
racional a genuinas expectativas, no hace falsa estas expectativas. Por lo
contrario, si las demandas culturales son ninguneadas y desacreditadas por los
mismos expertos que supuestamente interpretan correctamente al pueblo ya que
los representan, es más fácil cambiar a los expertos que lavar la cabeza de
todo el pueblo con “supuestos” que ni más ni menos nos hacen confrontarnos y
dudar de algo que al “sentido común” le parece lógico y posible. ¿Se debería
poder pedir una segunda opinión cierto?
Por otra
parte y seamos honestos: ¿Podemos responsabilizar a una izquierda de hacerse
cargo de expectativas, la misma que ha sido incapaz de asumir que la vuelta a
la democracia fue una victoria de Pinochet? No lo creo.
El método
subyacente para alistar la elite intelectual de reclutas dice así a propósito
de Feuerbach: “Si no hace lo que digo y hace lo que hago, no diga lo que
hacemos, actúe y ni lo piense.”
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