El pueblo delega su soberanía a una institución que
los representa como ciudadanos. Si la clase política se reproduce sin responder
a la ciudadanía, se genera una crisis de esa representatividad.
Se ha creado según indica Gabriel Salazar una transformación
del movimiento colectivo. De movimiento de masas con peticiones y protestas que
exige a sus representantes resolver, se ha creado movimientos sociales para
deliberar y decidir como auto gobierno, lo cual los acerca a una
soberanía real del retorno inmediato sin intermediario de cualquier tipo.
El uso del derecho a petición a la institución
local que en teoría los representa, se transforma en una propuesta directa al
poder central, bi-paseando a los representantes locales imponiendo así directamente
estas soluciones a la entidad que resuelve finalmente. Los representantes
locales nunca son los que resuelven.
En el 69’ indica Salazar que se inician las tomas,
donde la ciudadanía resuelve por sí, al margen de la ley y el derecho a
propiedad, como un verdadero desacato a la ley por parte de un PODER
POPULAR.
El Estado y la Ley que preserva este orden
representado indirectamente desde arriba que claramente no representa, por
medio de cierta reflexión e información de una comunidad que dialoga desde las
bases, va perdiendo sentido, ya que la intensidad de la experiencia de un
proceso directo de abajo cobra un realce que amenaza la clase política que ya
no responde a la figura de la ciudadanía, que se desdibuja emergiendo el
poder popular como fenómeno de genuina manifestación reactiva a la inoherente e
inconsistente representación formal.
Las bases que se acercan a un poder constituyente
de libre deliberación, pareciera ante los ojos de la clase política, un acto
subversivo e inútil, una denominada "anarquía" a la institucionalidad
que ellos representan y quieren preservar como valores. La soberanía entra en una escena popular, lo
cual constituye un riesgo para toda la clase política de elite.
La clase política, jamás ha invitado a la participación
ciudadana, las tres constituciones (1833, 1925 y 1980), han sido mecanismos de
represión a lo más negociable. La
Concertación negocia una transición con la dictadura a la “democracia”.
Chile ha vivido el problema de la centralización
por 200 años. Portales concentra el poder en Santiago, por medio de una
burguesía mercantil y no industrial, como señala Salazar. Esta concentración de
riqueza hace crecer el centro y deprimir la periferia, resultando la evidente
migración al centro urbano que termina creando un tejido desbordado y atrofiado
que es Santiago, irreversible.
Lo trágico es que esta lógica mercantil aplasta la
posibilidad de producción industrial, abriendo tratados de libre mercado con
todo el mundo. El retail (comercialización masiva de productos) es una clara
señal de esto, castigando proveedores y consumidores con lo que margina, además
de invertir en producción fuera del país.
La soberanía popular que dialoga desde las bases y
constituye la principal amenaza para la clase política, es manipulada y
tergiversada con el concepto de la “libertad individual”. El decidir individual es muy distinto a un
decidir colectivo. El voto individual es muy distinto a un deliberar colectivo.
El derecho individual no es deliberar, divide y destruye la comunidad que
dialoga en grupo.
Se han instalado tantos conceptos absurdos, que
aparentemente critican lo centralizado, pero lo refuerzan. Hablar de
redistribución presupone que la riqueza central (hecho incuestionable), debe
ser mejor distribuida. Hablar de que un país “progresa” pero no
equitativamente, apela a la misma lógica. Es una crítica que negocia equidad
desde un fundamento incuestionable de la concentración.
Para una representación formal, peor que generar un
sentimiento de incoherencia en la gente, es generar la inconsistencia. Esto por
una razón muy simple: la incoherencia presupone que una confianza previamente
existente o idealización de esa representación, es distorsionada por una
práctica que trasgrede esa idealización. El conflicto surge porque se
conserva la fe en esa idealización y la tensión existe por una contraposición
entre una práctica que no cumple una teoría. La inconsistencia en cambio, es la
desilusión de la misma teoría. La reestructuración radical del modelo, que ya
no quiere seguir creyendo que la práctica se regula o tiene como sentido o
apuesta la teoría.
El horizonte directo oral y verbal de un tejido
comunitario que constituye redes a escala concreta, es sustituido por redes
sociales a nivel virtual. Una ventana al mundo sustituye la plaza y el barrio.
¿La pregunta es si esta red virtual acoge genuinamente el fenómeno del dialogo
horizontal? En lo personal, a diferencia de don Gabriel, creo que no.
Existe en este punto una tarea directamente
asociada al urbanismo, que pudiera hacer una distinción entre la experiencia
individual de un espacio público concreto y directo respecto a uno virtual e
indirecto, concluyendo que el “vinculo” establecido con un otro y lo que puede
emerger de eso, simplemente no es lo mismo en ambos planos.
Las redes sociales virtuales son una falsificación
de la experiencia comunitaria concreta. La supuesta panacea de este fenómeno,
como espacio de libertad, dialogo y obtención de infinita información, es sin embargo
la gran trampa que disocia de la realidad con los otros.
Esto por un hecho muy simple: la asociatividad o
alineamiento colectivo para confrontar una amenaza o problema cualquiera, puede
ser abordada y resuelta desde el medio virtual, ya que el individuo por mucho
que innove y emprenda interactuando con el medio, nunca se permea como
tal.
Sin embargo la percepción difusa de un individuo
que se permea y sumerge en la experiencia colectiva real, no puede ser resuelto
en un medio virtual. La comunidad tiene una dualidad: Se constituye como
entidad de individuos para responder a un propósito, como también genera la
situación de motivar el des-dibujamiento de la misma individualidad. En el
primer caso la simulación virtual puede suplir ese escenario, en el segundo
NO.
Mientras la clase política y el sistema, mantenga
al pueblo en la percepción de encontrarse en un permanente estado de premura o
amenaza y ver en las redes sociales un mecanismo lógico y efectivo para
movilizar sus interminables demandas, no existirá nunca la necesidad de validar
el ejercicio diario y constante de la desaparecida experiencia directa para
desdibujar al individuo en una comunidad que lo abrace y lo pierda en el
mundo.
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