miércoles, junio 08, 2011

LA EDUCACION SUPERIOR









La educación ilustrada, tiene una cara aparente y una cara oculta. La aparente persigue un "ethos" por medio de un proceso formal conciente, la oculta: implica con esto una programación subyacente, llamada por Morris Berman “eidos”. Discutir como resolver la retórica del ethos no lleva a nada, decodificar esta programación subyacente, es otro cuento. En este desenmascarar radica la diferencia real entre un país "soberano" y uno comprometido con "los valores en curso", las apariencias y supuestos mal fundados. La educación superior en Chile, lejos de desenmascarar esta programación, fortalece su compromiso con los valores en curso, las alianzas globales y tratados, que reducen el campo de un hacer real para todos, a mezquinas administraciones de unos pocos, que peor que robarle al pais, lo venden.


El otro día en entrevista a la Camila Vallejo en Tolerancia Cero, llegue a su blog, y deje el siguiente comentario:


No se trata de créditos mas razonables o mejores becas universitarias que permitan mas acceso, se trata de ser un país mas soberano y genuinamente “industrial”, con procesos de elaboración y no solo exportación de materia prima, para desarrollar una generación sólida con “mandos medios” de calidad, en que las escuelas de artes y oficios no tengan delirios aspiracionales de ser escuelas superiores por esta falta de campo.


Sin la conciencia de la importancia de artes y oficios de excelencia que innoven y generen desde un hacer cualquiera, no existirá respeto por el hacer y sobrara admiración por el administrar, mas asociado a estrategias de cúpulas. Es como la interrogante que estableció Deleuze: existen los que difunden la ciencia y los que practican la ciencia, el que difunde tiene la admiración y reconocimiento de los que creen comprender que es ciencia, el que practica sabe lo que es la ciencia.















Todos quieren estar en la “cima” de esta representación cupular, sin ninguna conciencia con los procesos reales que debería tener un país que se autodenomina “”en las puertas del” desarrollo, y eso es lo que el modelo neoliberal usa y nos vende, para mantener un país atomizado y estancado en el subdesarrollo.


La gran mayoría preferiría ser abogado que soldador al arco por lo que representa, por la posición formal que le otorga en un escenario de apariencias, pero si hubiera procesos de industria y tecnología real en el país, esa ilusión más “atractiva” quizás no seria tan gravitante.


Si a esto agregamos que formar un abogado, es mucho mas económico que formar un soldador al arco, ya no se trata solo de posibilidades en un campo laboral mas menos industrializado (nulo en Chile), sino directamente de un tema de lucro: vender un producto aspiracional que no tiene ningún soporte real, pero es muy lucrativo para el que lo ofrece.
















Generar ilusiones en ciertas personas y hacerlos creer que finalmente tendrán un hijo con “profesión”, con lo cual abiertamente lucran otros círculos privados de personas, lejos de crear una dinámica democrática unitaria, crea una mayor diferencia entre estos “grupos”. Permitir además que esto evolucione “naturalmente”, hasta que los cesantes endeudados sean un dato duro que acusa este hecho “inimaginable” hasta entonces, en que el estado no podía interferir o regular ya que el proceso debe decantar solo, como prima principio del libre mercado, no solo me parece de un oportunismo inmoral de esos pocos, sino de una falta de horizonte de estos mismos, falta de amor por lo que llaman “país”, que dejan a merced de un mundo globalizado, en condición absolutamente vulnerable.


Concluyo que el fondo del tema, no son los que lucran con el negocio puntual de la educación superior, sino lo que este fenómeno genera en el debilitamiento de la real capacidad de innovación y hacer de todo un país. Sin un genuino amor por el hacer real de las cosas a intensidad local para que de allí emerjan lenta y solidamente procesos a escala, seguiremos creyendo en los encantadores seres y pareceres, que nos prometen llevar a las grandezas del mundo, sin pasar nunca por la soledad de nosotros mismos, la voz lapidaria de toda absurda pretensión.



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