La intensidad de vivir no tiene relación con estar sumergido en una
tarea específica, lo que implica el pacto racional-empírico de estar focalizado
en la realización de la visualización de esa tarea, sea esta tarea, hacer un enorme
esfuerzo en contrarrestar fuerzas que
forzadamente enfrentamos para realizarla, o simplemente sentir
un “disfrutar-aceptar-resignarnos” al hecho, como una realidad con la cual
creemos fluir como un todo. Cuando el crudo, ciego y solitario esfuerzo se cree disfrutar como una
realización visible y luminosa, quiere decir que el virus esta “calando” y la idea falsificada de un ente como parte existente de un paradigma olográfico, es simplemente una calumnia al mundo de la existencia inmanente.
No se trata de un regocijo por lo ejecutado o lo que está en proceso de
ejecución. No se trata de la sensación liberadora de emprender una asignación
titánica revelada por Dios, invocada por la nación o la jerarquía de turno y
embarcarse en ella, aunque quizás más se trate de cultivar un pequeño huerto y
estar en él cuando se está.
La experiencia intensa, no consiste en el trabajo realizado como fuerza
más menos precisa o su efecto más menos propagador, como tampoco de la
vibración particular que se pudiera sentir para inmediatamente atribuirle un significado
arbitrario y caprichoso, un foco vago hecho sentido y proceso, antes que este
sentimiento-visual difuso escape.
El trabajo no da frutos o alguna satisfacción atribuida a la palabra
“vivir”. El sentido del trabajo no es lo que representa o lo que abre, no es
una forma o tipo de conciencia deliberadamente buscada. En cambio la
espontaneidad del trabajo, asumida como la cruda sobrevivencia de la entidad o
ser, su mensura, su ponderación pero sin fuga a una expectativa, su empirismo
radical en palabras de F. Varela, puede abrir a la intensidad, al horror y
temblor de una fuerza sutil que in-tensa la noción de lo presente.
Hay por lo tanto en el “trabajo” de sobrevivir que comulga con la
intensidad de vivir, algo asociado al retorno inmediato de ese “trabajo”, de su
efecto sobre lo inmediato y su reciprocidad,
sin intermediarios que se beneficien o lo fuguen de ese esfuerzo y lo
disocien de su preciosa circularidad, para generar una carencia, ya que nunca
vuelve en sí, si no como un sustituto, un simulacro de ese algo que ya no
retorna, que se pierde y divaga en la expectativa de una falsificada
continuidad, perversa ilusión de inmortalidad, que nos hace perder la vida. Sin retorno inmediato, se instala el complejo de autoridad sagrada, una ofrenda hecha al abstracto, que pareciera dar frutos. Damos sudor para obtener pan, glorificamos a Dios por medio del trabajo, ya que al parecer él hace este "retorno" posible. Retorno absurdo que el mundo ve como milagro.
Cuando el contexto propicia una dinámica ecológica, la intensidad de
vivir y el trabajo de sobrevivir son parte de un contexto o lugar que los
constituye. No se trata de un proceso aislado y auto regulado que busca la
mejor opción para sí, como una entidad cerrada en un escenario abstracto e instrumental.
Tiene directa asociación a la situación
que lo acoge para libremente desplegar vida allí, sin soporte,
estructura o paradigma que le de posición y magnitud en relación con un
infinito allá. Se esta y existe, sin hacer para ser otra cosa, sin hacer para recibir de otro lugar. Un nomade siempre se despliega por su mundo, un sedentario espera que el mundo lo llame.
El silencio es perversamente espaciado por los segundos de un reloj y la vacuidad de mundo allí , se torna una plataforma para con el infinito.
El silencio es perversamente espaciado por los segundos de un reloj y la vacuidad de mundo allí , se torna una plataforma para con el infinito.
La intensidad nunca emerge de la situación como motivo radical y puro, la
emergencia tiene una resistencia, el motivo irracional de abrirse a la mimesis
(distinto a reaccionar a lo establecido), de atrever y perder como situación
sin comparación; se entremezcla con el propósito racional de cohesión
deliberada respecto a la mimesis, colectivamente reforzada en la urbe, por
medio de círculos viciosos dirigidos por los privilegiados del grupo, en torno
a lugares comunes. Son las convenciones, las representaciones mentales o
imaginarios colectivos, los valores en curso (M. Weber), auto referentes o en
sintonía con una trascendencia y por tanto tendientes a acercarse o aislarse de
su estado de inmanencia real dependiendo de la frecuencia grupal.El tejido y la escala, son fundamentales para el eco de esta experiencia.
Lo colectivo se pone en sintonía con un alineamiento, conocido como
“progreso” o trabajo común. Progreso en comunión con la intensidad o en derecho
rechazo a una falsificación de la intensidad impuesta como pretexto por parte
de los poderes fácticos, para justificar la necesidad de sintonía con una
trascendencia, llámese dios o democracia.
Sean estas percepciones colectivas o sensaciones individuales intensas,
sugerentes, interesantes, sublimes o eróticas, se constituyen como mecanismo de
distancia para que la entidad se preserve de la mimesis absoluta y catártica con
su contexto, conocido como “pasar al otro lado”, “vuelta sin retorno”, experiencia
delirante, desbordada e incluso suicida. La mimesis total podría entenderse entonces como
un estado de locura o trance, una experiencia catatónica en donde la entidad se pierde y pierde su
constitución. Según Morris Berman, Wittgenstein hace referencia a “un marco”
para la paradoja de la inmanencia, una manera de cohesión ante la inmanencia,
sin ser un rechazo posicionado en un espacio paralelo a esta, por motivo de esta falsificación que la excluye.
La vacuidad o la nada, tiene de esta manera un paradigma para ser
abordada manteniendo una cohesión con ella, sin embargo las ilusiones como cohesión
rechazan la nada justificándose como una verdad en contraste a la nada como
mentira: dos realidades, el dilema mental.
Estas “visiones” pueden llegar a ser sublimes y
regocijantes, pero como indica Machado: “En mi soledad - he visto cosas muy
claras - que no son verdad.” Existe una dimensión luminosa, que responde en
rigor al orden y estabilidad de entidades y su colectivo sobre determinados
contextos, pueden incluso ser un fenómeno bellísimo y sublime en cuanto a
despliegue y forma, pero no tienen relación al motivo paradójico de la
existencia.
En la mente siempre aparecen
nuevos escenarios que se proyectan y ejecutan-o-no sobre la realidad,
pero no son propios de tender a una inmanencia de vivir puro y permeado al
mundo, opuesto al puritanismo que implica la cristalización con el mundo en pos
de un modelo mental “puro” que permite opere en la realidad de un mundo ajustado
a este, generando que “parezca” una manera mas eficiente, utilitarismo J.S
Mill. El control de la naturaleza, puede encausar fuerzas a formas requeridas, lo cual no lo hace eficiente. Una probeta dirige un fenómeno, pero lo separa de su intensidad y por tanto hace de su base un estado inevitable a la inercia o neutralidad de sus particulas, que deben ser luego estimuladas desde afuera, como un soplo divino.
Esta cristalización mental, esta muy lejos de ser el vacio mental
permeado a la posibilidad de vacuidad del cuerpo.
La cristalización es una reacción a la incomodidad corporal, que debe
ser salvada para la sobrevivencia de la entidad o identidad respecto a una
alteridad que le exige esfuerzos más allá de su propia existencia. El aferrase
al “uno luminoso” en contraposición a lo “otro oscuro”, en donde un contexto
real no acoge a dos, sino un contexto abstracto los divide para gobernar (N.
Maquiavelo) en pos de uno, que se abre a un paradigma distante y discontinuo
pero paradójicamente visible.
El dos como representación desencantada del mundo se posiciona como
situación permanente, por medio de un artificio de falsificación capaz de
emular los flujos reales de amenaza. Todo “otro” así, contexto completo, es una
amenaza. La anticipación necesaria para salvarse de esta amenaza, esta
incorporada en el dispositivo falsificador y opera con la lógica del
alineamiento grupal en torno a un escenario posible, pero distante y
discontinuo, un horizonte invariante que nunca se toca pero se ve.
Las polaridades de este grupo alineado, como variantes extremas del
mismo horizonte invariante, enmarcan un amplio rango de variantes o tipologías,
entre la divagación de entes etéreos con posibles perturbaciones de
inadaptabilidad por estar a la deriva o margen aleatorio extremos al paradigma
social, hasta la focalización de entes concretos con posibles neurosis
obsesivas de frustración por no estar en el centro deliberadamente anhelado de
su sueño americano cuasi frustrado. Entre ambos existe la media insípida y
aséptica.
Por muy perspectivado y amplio entonces, que parezca este abanico
de posibilidades, todos se alienan al
horizonte invariante común, de la
entidad articulada a algún tipo de trascendencia extrema, alejándose de la
mimesis intensa de la inmanencia como un mundo encantado. Es la estructura
subyacente a las formas aparentes, formas ordenadas por los sincretismos
religiosos o los consensos políticos, que permiten mucha forma en libertad
aparente, subyugada al fondo común que despliega finalmente los hilos
invisibles.
Por diversas que parezcan estas manifestaciones individuales, son sólo
reacciones al estado de alerta de algún
tipo de amenaza que se vislumbra en ese horizonte común invariante, latente e
invisible. Incluso los consensos, axiomas o contratos sociales, son reacciones
socialmente acordadas, que sostenidas en el tiempo se transforman en tradición
o leyes universales. Son las formas en la caverna de Platón, son el cosmos como
porción de caos de Ortega sujeto a la regularidad, que finalmente les impide un
trabajo en comunión con la intensidad de la vida, le impide el secreto de dos,
ya que no es de Dios. La intensidad de la vida tampoco es el conocido “camino
del centro” que se sigue o da como camino ejemplar, es simplemente caminar y
retornar siempre al mundo.
La tensión de la vida entremezcla las apariencias distantes que nos dan
placer y constitución a la entidad, con la genuina intensidad que da goce a la
totalidad de un cuerpo presente, inmanente, mimetizado y permeado con lo
real. La fantasía falsifica el goce, como el perfume anula las feromonas.
Esta simbiosis entre la entidad y el entorno es armónica, en la medida
que el alineamiento de la materia orgánica para constituirse en entidad, sea un
proceso biológico espontáneo de la entidad y de allí con su grupo y entorno.
Cuando esta constitución se transforma en un proceso artificial y deliberado
por individuos para lo social, como son el ciudadano para y con el Estado, se
crea una disociación de esa entidad con su grupo y contexto. La espontaneidad
biológica siempre existe, pero se entremezcla y confunde con este nuevo soporte
paralelo.
La entidad responde así, a un “rumor”, ruido o virus informativo
aislado, distante y teleológico, que la aleja de su constitución espontanea
como trabajo en comunión con la intensidad de su contexto. El trabajo entra a
una red sin retorno inmediato, con lo cual se da un rompimiento del retorno. El
momento y lugar donde es entregada la “mercancía”, cambia todo el escenario de
la interacción, la utilidad del trabajo (K.Marx). La constitución espontanea
justamente es denominada teleonomía (J. Monod), como contraposición a la
teleología aristotélica.
Se habla de dos escalas capaces de interactuar, manteniendo ambas sus naturalezas,
la privada como lo íntimo familiar y la pública como el servicio a la comunidad
extensa. Esto es una falacia, ya que lo íntimo familiar como núcleo, en el
escenario más óptimo, se posiciona en esta esfera pública mayor reprimiendo y
controlando otras esferas, conservando sus privilegios en la medida que estos otros
núcleos no radicalicen la esfera pública. Esto implica una lucha permanente de
clases, que se sostiene como amenaza permanente.
Los ejércitos de estas esferas públicas mayores, defienden “formalmente”
fronteras constituyendo la apariencia de su rol, pero lo que realmente
controlan es la estabilidad interna de su esfera, para que exista cierta
estabilidad de la clase privilegiada, los amos locales. La radicalidad por
tanto es una válvula de escape permitida por los círculos conservadores de
estos estados nacionales.
La pequeña escala o esfera íntima, esta por tanto subyugada a las
pequeñas esferas que controlan estas grandes esferas y a su vez interactúan desde
un ámbito intocable de las altas esferas, con lo cual no me refiero a la ONU,
palo blanco político de este grupo invisible.
El proceso simbiótico entre entidad espontánea como cuerpo total y
mimesis con el entorno, desencadena en un dilema o trauma existencial entre la
entidad artificial como ideal donde prima la mente y la amenaza del entorno
como tragedia natural. De aceptar una dualidad armónica con el entorno, nos
hacemos enemigos de una dualidad perturbadora la cual intentamos resolver con
lo univoco, por medio de un artificio cósmico que lo representa separándose de
una naturaleza desencantada (M. Weber) y caótica. La urbe nos salva de ese
fenómeno indómito que es la naturaleza, manteniendo la mente en un estado
deliberado de entidad, un virus informativo en permanente falsificación de lo
espontáneo, para constituirse en la realidad de “así como” (H.
Vaihinger).
Las agrupaciones por lo tanto, sin contar con el alineamiento espontáneo
de sus entidades que les permite estar en comunión con el grupo y entorno,
requieren de una nueva manera para lograr cohesión y alineamiento. Esta nueva
lógica permite agrupar colectivos trasgrediendo escalas y maneras naturales de
vínculo. Somos así huérfanos sedentarios de una realidad perdida, la realidad
nómade.
La Decadencia de Occidente (O. Spengler), El nacimiento de la Tragedia
(F. Nietzsche), Las Deshumanización del Arte (J. Ortega y Gasset), “The
Wandering God” (M. Berman) son libros que de alguna manera acusan esta
evolución.
Es interesante observar que en la naturaleza existe una capacidad adaptativa muchas veces asombrosa, en que especies evolucionan y mutan rápidamente sus mecanismos fisiológicos para alimentarse y así poder sobrevivir. También las ofrendas que realizan ciertos animales domésticos se pueden considerar mecanismos de adaptación, pero sin relación a un llamado biológico salvaje, sino un artificio de domesticación.
Es interesante observar que en la naturaleza existe una capacidad adaptativa muchas veces asombrosa, en que especies evolucionan y mutan rápidamente sus mecanismos fisiológicos para alimentarse y así poder sobrevivir. También las ofrendas que realizan ciertos animales domésticos se pueden considerar mecanismos de adaptación, pero sin relación a un llamado biológico salvaje, sino un artificio de domesticación.
Se puede entender en este contexto, las distintas maneras de
aproximación a la corporalidad. Nietzsche dijo que la utilidad del fenómeno no
constituye la razón de su génesis, el cuerpo no es útil a un propósito ajeno a
sí, que construye artefactos sólidos que lo salven de la amenaza o naturaleza
siempre bajo premura (Morris Berman). Esto sin importar cuánto se desvanezcan
estos sólidos en el aire y moldeen al entorno (Marshall Berman). Tampoco
importa cuán líquido puede ser el escenario moderno, para propiciar mixturas
entre lo etéreo y concreto (Z. Bauman).
Pero un cuerpo sin órganos (G. Deleuze), sin funciones que realizar y
tendiente a lo catatónico, entra en esta escena de la inmanencia. Los
ejercicios de temblor de D. Bercelli, liberan este trauma y conectan con la
intensidad de la inmanencia.
El cuerpo acoge la vida y con ello los procesos de la vida. En paralelo
a este “acoger la vida”, regula su vínculo con la sombra, al punto de
reprimirla por lo general. El psicoanálisis elabora estrategias para abordar la
“sombra” o inconsciente y regular su emergencia, sea Freud, Jung o Lacan. Como
el cuerpo acoge, también despliega vida, lo que W. Reich denomina como el
inconsciente que se manifiesta en el cuerpo. La inmanencia no es un camino, es
caminar. El alma es lo que el cuerpo hace, el alma no es el camino para el
cuerpo.
Las ciudades propician dinámicas en las cuales la posición formal del
cuerpo, su apariencia y representación mental, es lo concreto y real.
Paralelamente en la ciudad, la intensidad y flujo del cuerpo en cambio es
irrelevante. Max Scheler acusa la importancia de espacios sensibles sobre
geométricos, como contraposición a Kant.
El arquitecto chileno Juan Borchers dice que la ciudad moderna como
configuración, hace que los ojos anulen y no aúnen los demás sentidos del
cuerpo, generando que escapemos a mundos paralelos de la imaginación, lo que
los mapuches llaman “soñar despierto”, como algo ilusorio muy lejos de ser
mágico.
J. Pallasmaa se refiere a que las configuraciones difusas y sombreas han
sido sustituidas por la transparencia, higiene y focalización, en donde el ojo
focaliza e imagina sin cuerpo, sin los ojos de la piel.
SEGUNDA PARTE NO EDITADA
La tensión y la neurosis surgen cuando se acusa el umbral entre dos
focos: la situación actual del ente auto-visualizado sintiendo alguna
incomodidad o amenaza, y el vislumbrar algún tipo de escenario futuro para la sobrevivencia
como anhelo esperado que da paz. El focalizar permite este transito
teleológico, que por otra parte rechaza cualquier sensación de inmanencia
difusa.
Este desempeño de focalizar y visualizar posibilidades, surge natural de
un alineamiento espontaneo de la entidad biológica, que ha sido utilizado como
mecanismo para hacer al órgano perceptual deliberadamente reaccionar frente a
una determinada amenaza. De esta manera la amenaza u origen del problema, puede
ser producto de una sugestión mental más que un fenómeno real, que hipnotiza y
se deposita en la carne como molestia culposa, de naturaleza permanentemente
bajo premura.
La sensación de sobrevivencia original, puede ser administrada con un
dispositivo creador de amenaza. La amenaza como puesta en escena, posible en la
antigüedad por la anticipación de eclipses por parte de los mayas o aztecas, o
la acusación de brujería por parte de la inquisición, hoy tiene otras formas:
Actos terroristas, 911 Inside Job o HAARP. Incluso los virus son rumores
informativos que sugestionan y enferman el cuerpo. El control del alimento por
mecanismos transgénicos de Monsanto, no deja duda que luego será el agua o
incluso el aire.
Por ende acercarse al anhelo, salvación o sanación, no sólo calma esta tensión, sino que se asocia a satisfacción o placer, lo conocido
como estado de paz o auto-realización. Posicionar un discurso atenúa el estado
de incertidumbre, el discurso desde un personaje que atenúa la incertidumbre,
personaje que no sólo es una máscara u otro yo, sino también una parcialidad
incompleta que requiere la plenitud que le ofrece el nuevo paradigma.
Como parte, se completa con el todo al cual le sirve.
Servirle entonces
le calma, pero servirle a este todo también perturba. Existe aquí una paradoja
de estar en el orden. G. Hardin plantea esta problemática en su ensayo “La
Tragedia de los Comunes”. En el orden o contrato social, hacer el “bien” tiene “recompensa”,
como hacer el “mal” por contraposición tiene “castigo”. Pero el dilema es la
sensación de que hacer el bien también perturba. Esto se debe, a que la base de
nuestra “probeta urbana”, exige al individuo la distinción irracional frente a
la homogenización del grupo o estado natural encapsulado, como si esto fuera
asfixiante. En este contexto de probeta urbana, la materia obviamente tiende a
la inercia o entropía y requiere de mecanismos que inviertan ese hecho. Para el
neoliberalismo es la “libertad del individuo” y su deseo contra el contrato
social y el estado, para la cuántica es un orden o subsistema dinámico que
vitaliza un subsistema de orden estable y homogéneo.
Como indica Wikipedia: “Así como la entropía establece que la energía y
cualquiera de sus formas de manifestarse (ya sea en forma de materia, de plasma o radiación) tiende a buscar un estado
de equilibrio
inexpresivo
continuo, la neguentropía define la energía como una serie de causas y efectos armónicamente acomodadas en las que la suma total de los efectos
armónicos dan como resultado un acople de mayor magnitud que el original,
siendo una forma de resonancia que da como resultado paquetes de energía
perfectamente utilizables por cualquier sistema perceptor de sus efectos.”
Este fenómeno es claramente acusado por J. Garretón en su Teoría
Cibernética de la Ciudad, en donde plantea soluciones urbanas para fomentar la
difusión de la información, como agente neguentrópico en contraste a la
entropía.
La entropía se asocia también a la incertidumbre, pero yo lo asocio a una
especie de asfixia de la especie sometida al encapsulamiento social, que al
fomentar reacciones individuales azarosas, por efecto crea escenarios de riesgo
e incertidumbre entre sus pares, sobre todo hoy, accidentes (P. Virilio)
propios de la ansiedad posmoderna (A. Roa Vial). Como señala Morris Berman que
en Estados Unidos la paranoia y arrebato social, ha llegado a niveles
demenciales. Esta sensación de “incierto”, es la falsificación del incierto-difuso
como fenómeno de la intensidad del mundo vinculado a la tierra y no tanto al
sol. Existe un conectarse a una tele-visión o visión distante que pareciera en
continuo con nosotros y entre nosotros, pero no está. Este fenómeno se manifiesta tanto en el aparato del televisor
como en el conocido inconsciente colectivo (K.G. Jung), capaz de alinear las
masas en un determinado “progreso” (F. Nietzsche).
El creer aproximarse en concreto
a esta visión distante anhelada a-priori, disminuye la brecha entre esos
polos de luz y oscuridad, que por efecto calma y da paz, como una verdadera
droga que descansa en la sensación de lo “univoco”.
¿Cómo se instala y resuelve esta visión? Por medio de un soporte
(cuidad) que induce a realizar ciertas prácticas, para así deducir como
necesario ciertos paradigmas que responden a una inteligencia prospectiva y
anticipatoria. El racionalismo y empirismo trabajando en equipo.
Se puede entender el celibato como algo muy distinto al mecanismo de
represión sexual, si se observa que el motivo por el cual se realiza el acto
sexual en la naturaleza, no es sólo por un instinto práctico de la naturaleza,
sino también por el placer mismo del acto en el protagonista. Esto genera una
enorme duda en determinar si el sexo es genuinamente goce o una manera de
mantener funcional el mecanismo para asegurar la procreación. Si bien existen
especies que literalmente “sucumben” gozosos y auto centrado ante el acto
sexual, existe también la renuncia radical de la misma entidad por preservar la
especie. Lo que se podría entender entonces por un acto de amor superlativo, es
más bien un acto practico de sobrevivencia de la especie.
Todo lo entendido por
“amor”, en estos términos, es un acto-reflejo de sobrevivencia. La utopía o
romanticismo, no es producto de un delirio abstracto de altruismo libre y desenfrenado
por un otro, ya que simplemente es una analogía practica con la dimensión
biológica y natural, en la cual debe existir una satisfacción por parte del
sujeto, para portar el relevo y permitir que siga la carrera del “show that
must go on”. En la naturaleza su vinculo con este ciclo es espontaneo, en el
artificio urbano, es vinculado a esta “mecánica” por opción, deliberadamente.
El artificio por tanto puede representar la amenaza y prácticamente falsificar
la totalidad del ciclo, cerrándolo en un círculo de cosmos, como porción de
caos sujeto a la regularidad (Ortega y Gasset).
También cabe aquí la idea del sujeto “alfa” que guía un colectivo para
responder a un determinado alineamiento. Su rol tiene asociado una serie de
“privilegios” que reafirman o distinguen su “entidad” ante el grupo. La lucha
deliberada por esta “posición”, es uno de los principales agentes catalizadores
de la dinámica urbana.
Si la luz urbana entrega las claves para la sobrevivencia de la vida
ante la muerte en la naturaleza indómita, en donde la satisfacción de deseos
tendientes a lo sublime son el mecanismo para asegurar la participación
interesada de las entidades involucradas, por analogía no es la oscuridad la
que entrega los misterios de la muerte en vida, por medio del goce a la
renuncia en ciertos ritos sacrificiales (P. Morande). El ojo moderno ve con
terror inmolarse por algo superior o al margen de cualquier encapsulamiento, de
hecho el suicidio es muy mal visto, simplemente no es opción, como en algunos
círculos todavía no es opción el separarse.
Esta analogía entre lo que se entiende por “vida” y “muerte”,
simplemente da lógica al tránsito histórico entre el “oscurantismo” misterioso administrado
por los moralistas del misterio que someten otros a un sacrificio por sus
intereses, y el “iluminismo” administrado por los idealistas del paradigma que
invitan a todos participar de la auto-realización del individuo entre un
colectivo que le sirve a este propósito. La clásica construcción hegeliana de
la antítesis que justifica la tesis.
El iluminismo simplemente es una manera de adornar formalmente y dar
sentido libertario a las exigencias de una artificialidad crudamente instalada con
anterioridad por el oscurantismo. El oscurantismo asienta las bases de una
cultura decadente, que el iluminismo intenta disfrazar, para que el someter se
transforme en seducir: esto es utilizar las mismas fuerzas del adversario en su
propio beneficio, es un tema de economía de recursos.
El adversario es
convencido o persuadido a aceptar un contrato que da beneficios y condiciones,
que para él “parecieran ser” conveniente en la suma y resta, por lo cual no
opone resistencia, ya que libremente “eligió”. Básicamente es una esclavitud
disfrazada, en la que el sujeto es vinculado a la mecánica libertaria por
“opción”, siguiendo ciegamente a la maquina soviética o doctrina leninista. Osvaldo
Torres dice que había una vanguardia y las masas la seguían y si ello no
ocurría era porque estas no habían alcanzado una “consciencia para sí”.
Estos mecanismos utilizan recursos biológicos como el placer del sexo
para sí, para esconder el instinto de la sobrevivencia ante lo otro en
simulacros del “goce”, que tiene relación al erotismo surgido como respuesta a
la conciencia de la muerte como una posibilidad latente (G. Bataille). La
cristalización de Hume, tan bien vista por círculos esotéricos de “cosmic
diamonds” evita permeabilidad con las cosas allí y presentes del mundo,
estableciendo efectivamente vínculo con un más allá, vinculo con un
alineamiento cósmico luminoso, que como bien dice Machado, para efectos
existenciales, no son verdad.
El goce tiene relación al estar y existir desde siempre, no a la
satisfacción de lograr una cómoda sobrevivencia coyuntural inestable y
precaria, acechada por el temor a la amenaza de la muerte siempre latente, que
con lleva a la sensación perpetua de una “naturaleza bajo premura”.
Esta falla básica, puede ser tratada con
efectividad, trabajando el “afecto” sobre la “instrucción”, ambas, pero clara
la jerarquía. ¿Con cariño y firmeza o firmeza y cariño? (Jane Nelsen). Para que
el afecto prime, implica habitar un medio de escala acotada y soberano, sus
equilibrios asociados y un legado de ciertas garantías para todos los miembros.
El racismo moderno es una tergiversación de la etnia, el sectarismo también de
lo comunitario. La etnia apela a una igualdad real, donde el colectivo comparte
una base tácita, ya que un determinado contexto lo permite.
La mixtura moderna
de las grandes metrópolis, ha querido imponer una igualdad utópica racional e
hipotética, en que sin embargo la discriminación es inevitable por la
complejidad y escala impositiva sobre los tejidos más sutiles a escala. Si bien
los sectarismos son una reacción errónea a la falacia global, existe claramente
una resistencia al mundo global.
La globalización nos ha hecho creer que la
diversidad e intensidad sólo es posible con su presencia. La verdad es que la
convergencia y densidad de una gran metrópolis garantiza dinámica, competencia
y estímulos para movilizarse, pero alimentan la resolución de una tensión y no
una experiencia de la intensidad. El progreso es justamente ese camino sin
termino, que paradójicamente al buscar el equilibrio y la equidad, crea más
tensión.
Los mecanismos individuales para lograr los
equilibrios de esta tensión colectiva, son tan variables como posicionarse en
la cima del mundo con un trabajo exitoso, lograr equilibrios acéticos del
cuerpo y el complejo mundo interior, vivir como vago en la miseria más
perturbadora pero en equilibrio, ser querido o admirado, rezar por la paz
mundial hasta sentir que efectivamente sientes paz, hacer sanaciones a
distancia, ser médium de un misterio o lograr que el cuerpo resista niveles
insoportables de trasgresión física y se mantenga imperturbable.
Esta
variabilidad de “trabajos” apela a encontrar una capilla ante esta tensión,
justificada con un “rol” de la entidad para con la funcionalidad con el mundo.
La utilidad del fenómeno que da razón a su génesis. Incluso la bella
sobrevivencia en él, es un mecanismo quizás más sublime que igualmente disfraza
su crudeza. Sin embargo, todas estas prácticas no tienen ninguna relación con
el hecho de simplemente saber estar en el mundo.
Los templos originales, fueron aparatosos
artificios, construidos por muchos para pocos. Existía en ellos una presencia
de lo inmenso acotado, representado como lo inmenso, como la noche estrellada
en un desierto experimentada por G. Bruno. Luego esta representación fue
instrumento de movilidad, ofrendas y salvaciones para la masa. Al “abrirse” los
templos también se cambio el giro de las representaciones.
Sin embargo fueran
el vacio originario, la salvación, justicia o igualdad más reciente
representada con la “democracia”, la “inmovilidad sustancial” de R. Moneo, no
tiene relación a un artificio, sino nuevamente a estar en el mundo en un cuerpo
sin órganos.
Los niños no sólo tienen cuerpos flexibles y plásticos, sino cuerpos
abiertos y esponjosos. Cuando el afecto prima sobre la instrucción a esa edad,
la formación del cuerpo es más natural, biológica y genuinamente “propia”. La
instrucción en cambio acelera el compromiso con las funciones del mundo, lo que
se llama “crecer”. Existe un dicho jesuita: “Dame un niño hasta que tenga 7
años y te devolveré un hombre”. Me parece espeluznante esta sentencia.
Por otra parte se dice que la vida comunitaria, propicia una formación
donde la fijación por la madre se atenúa, ya que varios miembros forman lazos
con el niño y la responsabilidad no cae sobre la madre como “foco”. La
des-focalización o vida “difusa”, si bien no alinea con la “instrucción”, abre
ese espacio íntimo del misterio de estar por existir, sobre la obsesión de
hacer para ser.
Así finalmente, podríamos decir que los regalones o en definitiva “mamones”,
si bien no congenian mayormente con la sobrevivencia en el mundo, su frecuencia
es más autónoma, ya que no cuentan con
la obsesión de alinearse con los valores en curso del orden imperante. Si bien
su sentido práctico puede parecer dudoso, su carisma es evidente. Este factor
incomparable, también ha sido motivo de manipulación: el factor “x”, o
“personal touch”, son definiciones que pretenden moldear ese “no sé qué”, esa
singularidad. Lacan lo destruye con la idea de que el deseo o atracción por
alguien se puede desmenuzar en las partes de ese alguien. Zizek acusa el
“personal touch” del más es menos, en contraposición y compensación reactiva y
necesaria al menos es más del título simbólico que se nos impone socialmente
ante el cual somos impotentes por nunca ser capaces de cumplir con esa
expectativa, probablemente de origen también lacaniano.
Se torna un terreno
insondable, íntimo y cómplice.
Somos “tan todo” con el
colectivo, que este escenario se torna prohibido, turbio y privativo al sujeto,
pero no a todos los sujetos, sólo a los que se encuentran en el estado medio,
con expectativas, para lo cual creen en la moral como mecanismo para emerger.
2 comentarios:
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